sábado, 11 de junio de 2016

Rumbo a la espesura

Después de pasar noche al asilo de un monasterio centenario, en mitad de bosques de robles y después de coger una bifurcación que se lleva a los peregrinos que creen que la vida transcurre por el sendero más corto, nos tocó darnos de cruces con una realidad incómoda que es la que se vive al llegar a Sarria. No es que quiera yo ahora ser más peregrino que nada pero sin duda si hay algo que convierte la peregrinación en un reto es una serie de valores a cumplir como son caminar cada día mientras tus pies lo permitan, transportar el peso de tus propias posesiones necesarias para la peregrinación y abrir el espíritu a los demás caminantes y agradecer lo que un albergue te da sin exigencias. Digo esto porque a partir de Sarria empiezan los 100 últimos kilómetros de camino necesarios para que te regalen la Compostela y encuentras con abundancia a los turigrinos que paseando por el camino sin mochila, sin modales y sin vergüenza. Comparto camino gustoso con ellos pero no pretendo sentarme en un recodo del camino a hablar del sexo de los ángeles, más que nada porque pertenecemos a planos mentales diferentes. Antes de que las sombras se ciernan sobre mi entro en un milenario bosque de robles y el verde sobre verde me transporta de nuevo a ecos de aldeas celtas y druidas buscando muérdago.


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